Rafael Díaz García

38 años. Policía Local
Almendralejo (Badajoz)

Rafael sabía por los análisis de empresa que tenía el colesterol alto, en torno a 250, aunque a partir de los 28 años le subió de 300. Pero no lo hacía demasiado caso: hacía mucho deporte y se encontraba muy bien. Eso sí, estaba algo preocupado por su madre, que tenía el colesterol alto. Y la convenció de que fuera a la unidad de lípidos del Hospital de Mérida, para entrar en la cohorte de españoles a los que la Fundación hace un seguimiento. “Tenía 60 años y prefería que se vigilara, comenta Rafael. Pero el problema lo tuvo él, no su madre: justo unos días después de llevarla a que le sacaran sangre, le dio un infarto mientras estaba haciendo largos en la piscina, en el verano de 2001. Le indicaron que su ventrículo izquierdo estaba muy mal. Tras estar un año pendiente de hacerle o no un trasplante, Rafael rehace su vida. Dijo adiós al paquete de tabaco diario, al estrés (estaba en atestados) y al sobreesfuerzo en el deporte. Y por supuesto, empezó a tomar estatinas (40 mgr/día), y a cuidar la comida (“soy pseudovegetariano”). Ahora, ha bajado el colesterol a 150 y hace deporte (“ahora vengo de correr en bibicleta 40 kilómetros…”), pero “con cabeza “ y con pulsómetro. Dice que no tiene miedo (“el que tiene miedo se muere”), pero que ahora es más realista y sabe sus límites, aunque hace una vida “prácticamente normal”. Eso sí, tras el infarto llevó a sus hijos al médico y les detectaron 285 de colesterol al niño de 6 años y 230 a la niña de 11 años ( “fibrosa y superdeportista, es una lagartija…”). “Los niños se lo toman muy en serio: siempre me preguntan si pueden comer esto o lo otro. Prefiero que se obsesionen con eso a que acaben como yo”, comenta Rafael , concienciado y tranquilo.