El estrés es difícil de medir, pero resulta indudable que es otro factor más de riesgo cardiovascular y por ello tiene implicaciones en la salud. En ocasiones, el estrés laboral se asocia con unos índices de colesterol más elevados y un mayor sobrepeso.
El estrés, en sus diferentes grados, forma parte de nuestra vida diaria y todos lo experimentamos en su forma positiva o negativa. Sólo cuando la respuesta normal al estrés se hace intensa o prolongada, puede ser nocivo para la salud.
¿Es el estrés una enfermedad?
El estrés no es una enfermedad en sí, pero puede desencadenar en el organismo reacciones graves. Durante los últimos años, parece que nuestras vidas van más rápidas, y las demandas también son mayores que antes. A pesar de que los medios se han mecanizado en muchos casos, y que la era de la electrónica debería suponer un alivio, todo el mundo se queja de estar sobrecargado de trabajo y de falta de tiempo. Y especialmente, las mujeres tienen mayores dificultades para hacer compatibles el trabajo profesional con las tareas del hogar, la dedicación a la familia, los compromisos sociales, etc.
¿Tiene que ver el estrés con el tipo de vida actual?
Los cambios mencionados nos han obligado a incorporar la palabra estrés en nuestras vidas. Y del estrés se derivan las reacciones que nuestro organismo presenta frente a los acontecimientos inesperados, que se materializan en el consumismo, en la agresividad exagerada y en la competencia excesiva. Quizá para cada uno de nosotros, el estrés tenga una definición distinta, pero todos sufrimos una misma respuesta. Es decir, sufrimos una serie de reacciones fisiológicas o bioquímicas en el cuerpo, que ocurren como resultado de un estímulo o amenaza externa. Así, sentimos palpitaciones, aumento de la tensión arterial, palidez en la piel, sudoración en las manos o dilatación de las pupilas. Otros síntomas relacionados con el estrés incluyen: irritabilidad, disminución de la concentración, dolores de cabeza, cambios de humor o insomnio.
Desde los tiempos más primitivos, el organismo ha reaccionado a través de diferentes mecanismos ante situaciones adversas. En la mayoría de los casos, se trataba de preservar la propia vida, y este hecho se consideraba como un fenómeno natural y positivo. La diferencia es que actualmente, la respuesta al estrés es evocada constantemente. Y no hay forma de disiparla. Dentro del contexto de vida moderna, son muchas y repetidas las ocasiones en que el cuerpo entra en fase de continua alerta, durante mucho tiempo y con mucha frecuencia. Y esto puede ser muy perjudicial. Aquí es donde el estrés empieza a pasar factura, tanto en el aspecto físico como psíquico.
No hay duda de que el estrés prolongado puede llevarnos a sufrir enfermedades físicas o mentales. Existe evidencia científica de que en estos casos, la respuesta al sistema inmune al estrés se debilita. Y esto nos hace más vulnerables a las infecciones o a los resfriados. También se pueden producir problemas intestinales y de la piel, asma y aumento de la tensión arterial, entre otros.
¿De qué forma incide el estrés en la enfermedad cardiovascular?
Las reacciones que se producen en el organismo cuando se enfrenta a situaciones inesperadas liberan adrenalina, provocando ansiedad, sensación de ahogo, angustia, palpitaciones, tensión elevada, etc. Estos síntomas suelen desaparecer cuando el estrés disminuye. Sin embargo, existen situaciones en las que sus efectos se sufren de forma prolongada. Y dan lugar a pérdida del apetito, aumento del consumo de alcohol y tabaco, indigestión, insomnio, cambios de humor, estados de ansiedad, irritabilidad e incluso, pérdida del interés por la vida.
Mucha gente cree que el estrés es un importante factor de riesgo cardiovascular. Pero apenas existe evidencia científica para confirmarlo, porque no existe ninguna forma de medirlo. Los investigadores del Instituto Finlandés de Salud Laboral y la Universidad de Helsinki, después de hacer un seguimiento de caso treinta años con 812 trabajadores de distinta cualificación que en 1973 gozaban de un perfecto estado cardiovascular, han podido determinar que desempeñar una tarea muy exigente y el poner mucho esfuerzo en el trabajo, no implica siempre la existencia de un estrés perjudicial para la salud. Las claves parecen estar en la tensión provocada por una falta de control del trabajo (cuando el empleado se ve desbordado y no controla la situación) y en la obtención de insuficientes recompensas sociales y laborales por el esfuerzo.
Aunque el exceso de trabajo por sí mismo no presupone estrés laboral, «la gente con una sobrecarga de trabajo», como es el trabajar sin interrupción más de 11 horas diarias, podría tener un riesgo elevado de enfermedad cardiovascular.
También se comprobó en el registro de 1983, que el estrés laboral se asocia con unos índices de colesterol más altos y mayor sobrepeso. A partir de estos resultados, se recomienda citar al estrés como otro factor de riesgo, junto con el tabaquismo, el colesterol elevado, la hipertensión, la obesidad o el sedentarismo. En resumen, el estrés laboral duplica el riesgo de muerte cardiovascular, por lo que tiene importantes repercusiones de salud pública. Por tanto, se debe prestar más atención a la prevención del estrés laboral (British Medical journal 2002).
Lo que parece evidente es que si una persona ha sufrido una angina o un infarto, y además se suman los efectos negativos de cualquier otra situación de dificultad, es probable que el estrés producido por esa situación provoque cambios en el ritmo cardíaco y desencadene otros efectos que pueden desestabilizar una enfermedad cardíaca previa.
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