En esta pandemia se vislumbra un Camino de Esperanza

El Covid-19 es más virulento de lo que se esperaba y nos ha sorprendido a todos, porque todos habitamos en un mundo globalizado, del que ya no se pueden separar este tipo de fenómenos, como nos está demostrando esta pandemia. Y las respuestas a las numerosas preguntas que nos venimos haciendo durante este largo confinamiento, las vamos a encontrar en nuestras propias reflexiones, fruto de nuestras vivencias, que ahora nos van a ayudar a buscar soluciones para todos los desafíos que debemos afrontar juntos y unidos.

En la Fundación Hipercolesterolemia Familiar (FHF) estamos tele-trabajando desde el primer día, y nada mejor, para adentrarnos en esta realidad que nos afecta por igual, porque el Covid-19 no entiende de razas ni de clases. Estamos haciendo la “llamada de seguimiento anual” a nuestra Gran Familia, que conforma el Estudio SAFEHEART, que ya comprende más de cinco mil personas, y también muchos de ellos están sufriendo los efectos de esta pandemia. Lamentablemente son más personas de las que nos podíamos imaginar, las que se han infectado. Y por teléfono, nos han contado sus experiencias con esta terrible enfermedad, en la que la fiebre, dolor generalizado, diarrea, debilidad y dificultad respiratoria entre otros síntomas, les deja totalmente decaídos y limitados, con la incertidumbre de la hospitalización en soledad, de no saber lo que vendrá después.

Sus testimonios reales nos impresionan más de lo que suponíamos, porque ahora nos lo cuenta Pilar, que tiene 70 años y cree que se contagió a primeros de marzo en un tren de cercanías “venia llenísimo” pero entonces nadie pensaba en la realidad del virus. A la semana empecé a sentirme mal, fue entonces cuando empecé a sospechar el contagio. Vivo sola y aguanté hasta que la debilidad me impedía levantarme de la silla. Tenía que coger un taxi para ir a la consulta médica, pero necesitaba ayuda. Gracias a un conocido pude hacerlo el 13 de marzo. Desde el centro médico llamaron a una ambulancia que me llevó al hospital. La situación era desbordante. En urgencias no cabíamos y esperé mucho tiempo, sin saber que camino tomaría. Finalmente me atendieron, todos muy amables. No tengo palabras de agradecimiento para el personal sanitario. No ingresé en la UCI, y a los cinco días volví a casa. Seguía sola. Gracias a mis vecinos siempre tuve un plato de sopa caliente en la puerta. ¡Qué bonito gesto! Sigue habiendo personas buenas y solidarias en todas partes.

Concha no tuvo tanta suerte, su madre Juana de 75 años había ingresado en el hospital por otro tipo de dolencia antes de que el virus se extendiese, pero la pilló el desbordamiento del centro porque la infección crecía a un ritmo acelerado. Vino el confinamiento y con ello, la soledad de su madre y la preocupación de Concha. Nadie entendíamos nada, y menos podía suponerlo su madre. A Concha le informaban, que todo iba bien, pero un día le llegó la mala noticia de que se había contagiado. A partir de ahí, todo era confusión, finalmente su madre fallece y ahora viene la peor parte, las preguntas que se hace Concha, para las que no encuentra respuestas: ¿Cómo se sentía mi madre, por quien preguntaba, cómo fueron sus últimos momentos? Es difícil encontrar consuelo, sin embargo estamos seguros de que siempre sintió las manos del médico o de la enfermera que sí estaban allí, a su lado. Eso se agradece, pero eso no basta, nos dice Concha.

También hemos tenido varios médicos y enfermeras contagiados. Sin embargo, han superado la enfermedad y todos han vuelto a la primera línea de batalla contra el virus, porque saben que no pueden frustrarse. Así no lo transmitía María -la Dra. Rodríguez que volvió a la UCI, en la que se contagió: “yo como médico estoy para salvar vidas y en ello pongo todo mi empeño, de otro modo no podría estar en forma para curar a los que necesitan mis cuidados –nos decía María-. Nuestros sanitarios, han dado muestras de profesionalidad y cercanía. Ellos han entrelazado sus manos con todos los que han pasado por esta experiencia y sabemos que les han dado todo su apoyo desde la empatía y la humanidad. Y esto nos engrandece.

No podemos dejar de referir el caso de Pedro, que ha perdido a su padre Juan de 80 años. Estaba muy bien – nos decía-, activo y dinámico. Nadie podía sospechar su edad, sin embargo se contagió y fue hospitalizado, no fue fácil, tuvimos que ir de un sitio para otro porque los centros estaban a rebosar. Finalmente lo conseguimos pero las cosas no fueron bien, no consiguieren controlar su falta de respiración y falleció. Nos preguntamos una y mil veces-nos decía Pedro: por qué no lo intentaron con el ventilador (ventilación asistida). Nadie en la familia desde entonces hemos conseguimos sosiego ni consuelo.

Pero, ¿Qué es la ventilación asistida y cuándo debe aplicarse? Al principio de la crisis, apareció el ventilador como elemento de salvación en esta epidemia en la que la dificultad respiratoria es un síntoma común y de absoluta angustia, pero antes de conocer su verdadera función, sabíamos qué en nuestro sistema sanitario no había suficientes para esta emergencia. Y además de cundir el pánico, empezó a especularse sobre quienes serían sus beneficiarios: solo  los más jóvenes -decían unos-, y así, añadíamos más incertidumbre a la del propio virus. Finalmente, y de acuerdo con la opinión de los expertos, el ventilador debe utilizarse: “cuando los esfuerzos convencionales de los profesionales no son suficientes y el cuerpo empieza a colapsar (sin olvidar que incluso  la tecnología más moderna no siempre es suficiente).  Por otra parte, hay que tener en cuenta que  la cantidad de sedación previa a su uso para combatir el Covid-19 puede causar complicaciones profundas, como dañar los músculos y los nervios; lo que dificulta a algunos de los que sobreviven su movilidad o incluso pueden  quedar muy limitados”. Podríamos seguir, pero es suficiente para entender que se trata de una técnica muy exclusiva y agresiva. No todos los pacientes en condiciones extremas son aptos para su uso. Esta información esperamos que sirva para tranquilizar a todas esas familias, como la de Pedro, en las que el ventilador, no siempre podría haber salvado la vida de su querido padre.

Todos esperamos la vacuna, pero necesitamos abrir un camino hacia la esperanza. No podemos sumirnos en los silencios telefónicos callados por falta de respuestas, ni podemos aliviarnos en la tristeza del consuelo de nuestras lágrimas. Pilar, Concha, Pedro y todos los contagiados, necesitamos poner voz a nuestras reflexiones para encontrar soluciones. El símbolo de la esperanza está en la coordinación global. Nuestros dirigentes deben priorizar mejor los recursos, ya no son necesarios los tanques ni las armas nucleares porque las guerras han cambiado de campo de batalla. Necesitamos por el contrario, un sistema sanitario reforzado y bien protegido, que garantice nuestra salud, contando con el sentido de responsabilidad de cada uno de nosotros. Es ahí, donde encontraremos la respuesta, que nos señalará el camino de la esperanza.