El poder de pequeños cambios en los hábitos de vida para prevenir la enfermedad cardiovascular

Se cuentan por miles de millones de dólares, el dinero invertido en medicamentos para reducir el riesgo de enfermedad cardiovascular, la principal causa de muerte en los Estados Unidos y Europa. Algunas personas sin embargo, se sienten incapaces de poder prevenir este riesgo porque parece que viene condicionado genéticamente. Los factores genéticos pueden tener un impacto muy importante en las posibilidades de morir por enfermedad cardiovascular. Y durante largo tiempo se ha pensado que estos factores genéticos están casi siempre fuera de nuestro control. No obstante, investigaciones recientes contradicen esta corriente.

Desde la década de 1930, tenemos constancia de que la enfermedad cardiovascular tiene una importante incidencia familiar. Durante los últimos años hemos sido capaces de identificar genes específicos, como los que producen la Hipercolesterolemia Familiar (HF) que están relacionados con el desarrollo de enfermedades coronarias. La presencia de estos factores familiares es una de las razones por las que los medicamentos para reducir el colesterol como las estatinas se utilicen ampliamente. A pesar de que se pueden modificar los valores del colesterol mediante la dieta y el ejercicio físico, algunas personas como las que presentan HF solo pueden ver reducido su colesterol con la utilización de fármacos.

De este modo se tiende a tratar a las personas con bajo riesgo, aplicando cambios en su estilo de vida, mientras que las personas con un riesgo elevado de sufrir eventos cardiovasculares requieren de una terapia más intensiva. Un nuevo estudio publicado en la revista americana The New England Journal of Medicine apoya el papel que tienen los cambios en el estilo de vida para prevenir la enfermedad cardiovascular.

Los investigadores recopilaron datos a partir de cuatro amplios estudios prospectivos de cohorte en los que se siguieron a miles de personas durante años, estableciendo las relaciones entre los diversos factores de riesgo y la enfermedad cardiovascular. El primer estudio comenzó a incluir pacientes en 1987 mientras el último lo hizo en 2008. A pesar de que muchos de los genes específicos de interés no se conocían cuando estos estudios comenzaron, los datos ya disponibles permitieron a los científicos evaluar el riesgo genético unas décadas más tarde. Usando alrededor de 50 diferentes variaciones genéticas (polimorfismos de un solo nucleótido) los investigadores crearon una puntuación de riesgo.

También observaron la influencia que los hábitos de vida tenían en los resultados. Entre estos se incluyeron: no ser fumador, no ser obeso (índice de masa corporal <30) y la realización de actividad física al menos una vez por semana junto con unos patrones de alimentación saludables. Para cumplir con este último criterio se estableció el seguimiento de al menos la mitad de las siguientes recomendaciones: comer más frutas, vegetales, frutos secos, cereales integrales, pescado y lácteos y consumir menos cereales refinados, carnes procesadas y carnes rojas sin procesar, bebidas azucaradas, grasas trans y sal. Cada uno de los cuatro factores de vida saludable se asoció directamente con un descenso en el riesgo de presentar episodios  coronarios.

Cuidarte importa

Cambiar los hábitos sí importa, pudiendo reducir notablemente el riesgo de enfermedad coronaria incluso en aquellas personas con una predisposición genética para desarrollarla.

El Estudio de riesgo de Ateroesclerosis en Comunidades ha analizado los eventos coronarios a 10 años, según el estilo de vida y el riesgo genético. El efecto beneficioso es acumulativo. Los investigadores separaron a las personas en tres grupos de acuerdo a su riesgo cardiovascular en: “favorables” para lo que se requieren al menos tres de los cuatro factores, “Intermedios” que debían cumplir con dos y finalmente las personas pertenecientes al grupo “desfavorables”, que solo cumplen uno o ninguno. En el conjunto de los  estudios, aquellas personas con hábitos de vida desfavorables contaban con un riesgo de presentar una enfermedad coronaria entre un 71-121% superior al de aquellas personas con hábitos de vida favorables o más saludables.

Más impresionante resultó la disminución de los episodios coronarios (infartos de miocardio, realización de bypass coronario y muertes por causas cardiovasculares) según los distintos niveles de riesgo. Las personas con hábitos de vida favorables en comparación con aquellos de hábitos desfavorables presentaban un 45% de reducción de episodios coronarios si tenían un riesgo genético bajo.

¿Qué significan estas cifras en datos reales? Entre aquellos con riesgo genético elevado, el 10.7% podría tener un episodio coronario durante los próximos 10 años si tenían hábitos de vida desfavorables. Ese porcentaje se reduciría hasta el 5,1% si tenían hábitos saludables. En un grupo de personas con bajo riesgo genético la probabilidad de presentar episodios coronarios sería del 5,8% si tenían hábitos de vida desfavorables, frente al 3,1% si tenían hábitos saludables.

Estas diferencias no son pequeñas. El riesgo de presentar una enfermedad coronaria en el plazo de 10 años se reduce a la mitad. Esto significa que la práctica de hábitos de vida saludables es tan eficaz como el uso de medicamentos recomendados. De aquí se pueden extraer lecciones muy importantes. Estos resultados deberían animarnos, ya que la predisposición genética no determina todo en relación a nuestra salud. Los cambios en nuestro estilo de vida pueden modular los aspectos genéticos que nos impone nuestro ADN.

Los cambios en los hábitos de vida no son únicamente beneficiosos en las personas que tienen bajo riesgo, sino también en aquellos con elevado riesgo. Además y dado que los cambios en los estilos de vida pueden reducir el riesgo de sufrir otras enfermedades como el cáncer, los mencionados cambios pueden tener enormes implicaciones en la salud de muchas personas.

Es importante ser consciente de que estas recomendaciones son incluso menos restrictivas  que aquellas que se habían recomendado anteriormente. Solo se necesita no fumar y no tener  obesidad. Y respecto al ejercicio físico solo es necesario practicarlo una o dos veces a la semana.

Fuente: Adaptado de la revista The New England Journal of Medicine 2016